¡La llegada explocáctica de Pato-Cactus!

Pato-Cactus

Todo comenzó un martes que en realidad era jueves disfrazado. Zumba, el snurkel más bailón y brillante de la Isla de los Coco-Toseos, estaba organizando su tradicional «Festival del Hipo Alegre», donde todos competían por quién podía tener el hipo más musical.

Plúpido el Miedoso estaba escondido bajo una manta de pepinillos (porque según él, el hipo podía atraer dragones disfrazados de zanahoria), cuando de repente… ¡BOOOOM! Una explosión de confeti, espinas, globos y cacahuetes aterrizó en la playa como un meteorito de chuches.

—¡Ay, mis croquetas de nube! —gritó Zumba, mientras bailaba hacia el cráter.

De entre el humo arcoíris, emergió una figura puntiaguda y orgullosa, con pico de pato, gafas de sol hechas de corteza y un sombrero de cactus gigante con luces intermitentes.

—¡Snurkeliiiiiiiiaaaaaaanos! —tronó la voz—. ¡He llegado! Soy el legendario, el puntiagudo, el inimitable… ¡PATO-CACTUS!

Plúpido chilló y se metió aún más bajo los pepinillos. Zumba, encantado, dio una voltereta doble.

—¿Tú eres un pato o un cactus? —preguntó Zumba, con la boca llena de risas.

—¡Soy un patactus! O un catato. ¡Depende del día! —respondió el recién llegado mientras giraba sobre una rueda de queso—. Vengo de muy, muy lejos, donde los charcos te lamen los pies y las nubes hablan francés.

Zumba invitó a Pato-Cactus a su casa de caramelo-blando-que-no-se-pega, y juntos prepararon batidos de colores imposibles mientras Plúpido temblaba cada vez que una espina del pato hacía “clink”.

Pero justo cuando todo parecía ya bastante snurkeliano… ¡una gran alarma hecha de trompetas empezó a sonar desde el bosque de los árboles que roncan!

—¡Un Platanodrilo se ha escapado del Jardín de las Cosas Que No Deberían Existir! —gritó una piedra con bigote.

Zumba agarró su bastón de fideos, Plúpido chilló “¡ya lo sabía!” y Pato-Cactus… se puso a bailar el “ritmo del espinazo”.

—¡Dejadme a mí! —dijo mientras se lanzaba sobre un monopatín invisible.

El Platanodrilo apareció: tenía cuerpo de plátano, dientes de cocodrilo y llevaba gafas de lectura. Chillaba “¡no quiero leer más libros de autoayudaaaaaa!”

Pato-Cactus no se asustó. Saltó, giró, lanzó una espina que se convirtió en un poema rimado, y con voz solemne gritó:

—¡PERO… ¿has probado la risa snurkeliana?

El Platanodrilo se detuvo. Pato-Cactus comenzó a contar chistes tan raros que el aire empezó a estornudar. El platanodrilo no aguantó más y explotó en carcajadas. ¡Se convirtió en un plátano feliz y se fue a estudiar teatro!

Desde ese día, Pato-Cactus fue declarado Protector Oficial del Absurdo y del Buen Humor, y Zumba lo nombró su mejor amigo para siempre (aunque eso durara solo hasta la siguiente siesta).

Plúpido dejó de temerle (un poco) y todos los snurkelianos bailaron la danza del espinazo brillante hasta quedarse dormidos sobre nubes de nata.

Epílogo:

Un niño que estaba escuchando esta historia desde su ventana dijo:
—¡Mamá! ¡Quiero ser snurkeliano! ¡Quiero espinas, quiero batidos raros y quiero tener miedo solo para reírme después!

Y su madre, que era snurkeliana de corazón, le puso un sombrero de plátano en la cabeza y le dijo:
—Entonces, hijo mío, ¡ya lo eres!

Platanodrilo